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Greetsiel, Alemania, por Martín Gimenez Vecina



Retozando por esos mundos de Europa entre latitudes inesperadas, asoman a nuestra vista paisajes, lugares y poblaciones que llenan de asombro, que subliman el espíritu como las antologías infantiles de los cuentos de hadas. Singulares trazos de belleza y de candor, de historia sencilla y bordada por el tiempo, de aromas impertérritos de una gran racha de perfumes de otrora. Canción del alba, entre las brisas del mar del Norte, donde las nubes son almohadas de ilusiones para dormir la belleza.
Allí te sientes como un juglar del siglo XVI, entre la paz y el eco de las sombras. Conjugas inconscientemente el ayer con el presente, entre pasos de silencios y horas sin frontera; te sumerges en la quietud de su puerto, -entre los barcos de pescadores que navegan con su historia-, y en el olor salobre de sus aguas. Oyendo el coro de marineros que canta deliciosamente, buscas sin buscarlo el cielo del ayer, aquel de siglos atrás, de esas épocas de pasos perdidos donde los cantos de los marineros aunaban las fuerzas para alcanzar la redada obtenida; penetras en las sombras de sus árboles centenarios, intentando encontrar en sus hojas estampas e imágenes del entonces; caminas por sus calles, queriendo encontrar en un bello recodo a aquel secular viejo marino que surcó los mares y luchó contra los elementos desatados, para que nos narre alguna de sus fantásticas vivencias en el mar.
¡Que bello exponente de historia! Cuesta trabajo tener que abandonar tanta sencilla belleza, tanta conjugada expresión de los tiempos, tantas luces del entonces y los brillos y matices que dejaron impresas en las horas. ¡Adiós Greetsiel!; con señuelo de intencio
Greetsiel

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