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Norderney -
Por Martín Giménez Vecina
Como el aire de los suenos que
recrean nuestra imaginación, así son los huecos de nuestras
consideraciones humanas, en todos los momentos de nuestra vida. Estoy
en un lugar de la vieja Europa, en un país de los más avanzados y
modernos, en el que parece que se ha trascamundeado el orden moderno
de las cosas y que los instantes se detuvieron mucho tiempo atrás;
en un pueblecito moderno y cargado de esas características técnicas
del moderno turismo, que al mismo tiempo conlleva la gracia y el
color de una paz y sosiego inimaginables. Como de cuento de hadas.-.
Nadie diría que en la avanzada
Alemania, en una singular isla llamada Norderney, parezca que la
vida, -en el orden gregario-, se encuentre estabilizada en esos
maravillosos parámetros de la tranquilidad, del sosiego, del
raciocinio llevado a los puntos concretos de la lógica. Situada en
el noroeste germano, formando parte integrante del archipiélago de
las Islas Ostfriesland, nos parece que, dentro de sus límites, todo
es concrección de convivencia, con una plácida relación humana,
educada en el sencillo gozo, -inimaginable en estos tiempos-, de
caminar o pasear por sus calles y no encontrarte con ningún
vehíiculo a motor, a excepción de algún furgón que transporte de
la manera mas discreta cualquier perentoriedad. Un lugar donde, dadas
las ocho de la tarde, no pueden circular vehículos a motor, puesto
que está prohibido por las ordenanzas municipales. Cualquiera puede
imaginar la felicidad de pöder meterte en la cama a dormir, sin el
temor a que te rompa los tímpanos cualquier escape libre de las
motocicletas o, el bramido brutal de los acelerones de cualquier
automóvil de un conductor insensibilizado al respeto de los que
reposan.
Aquí todo es distinto,
singular, deliciosamente anacrónico, cuajado de esa sencilla y
grandiosa, a la vez, armonía que, cuando anega nuestro sentimiento,
nos produce ese maravilloso estado de paz. Como en aquellos tiempos
de los cuentos de hadas que nos narraban nuestros mayores, bien al
arrimo de las sombras, -en el verano-, bajo los cálidos sopores de
las primeras horas de la tarde o, sencillamente acogidos a la cálida
terneza de las faldillas de la mesa camilla, en los atardeceres del
invierno.
Asomarse a contemplar la bravura
de éste Atlántico del Norte, en los días de marea encrespada, o
deleitarse en la plácidez del oleaje de sus playas, en los días de
sol abierto, rutilante y amplio, es una auténtica expresión de
gozo. Aqui, la sana inteligencia del hombre ha procurado, con sus
técnicas bien calculadas, que la fuerza de los elementos nat urales
no pudieran destruir parte alguna de la isla, dotándolas de unas
defensas valiosas que repercuten, a la vez, en mejoras ostensibles y
armónicas, de sus naturales hermosos lugares. Paseos marítimos
cuajados de sencillez, conjugados con la estética personalísima de
sus edificios, ponen la nota cosmopolita en toda el área de utilidad
de sus costas. Sin obviar en ningún momento la encrespada y sencilla
naturaleza de sus playas, aptas para el disfrute de sus aguas, con la
paz y la armonía que las caracteriza de manera muy personal.
Sus edificaciones son
plácidamente consonantes con la idiosincrasia del lugar. Casi todas
las viviendas, -la mayoría-, son unifamiliares. Rodeadas de sus
cuidados y armónicos jardines, ofrecen esa característica de la
pulcritud, el aseo, el gusto por la independencia, el sabor de la
intimidad. Y se palpa en el ambiente, la educación vivencial que les
imprime la personalidad de saber vivir y dejar vivir. Hay colorido en
sus horas y azul cielo en sus descansos, música wagneriana en sus
obras y nanas schubertrianas en cada una de sus horas de reposo. Y en
sus viviendas, entre todo el lógico y natural tráfago de los
quehaceres, de las lógicas vivencias diarias, se palpa el sabor de
sus modos ordenados y el gusto por el orden y el concierto. Las
gentes lugarenas son sencillas y agradablemente amenas, siempre
concordantes con el momento y las circunstancias del mismo.
Hay una característica muy
personal en estas latitudes germanas. Desde Norden, -punto final del
recorrido de ferrocarril desde Dusseldorf-, hasta esta isla, hay una
serie de islotes o bancos de arena prominentes donde habitan una gran
cantidad de “perros de mar,“ una especie de plácidas focas de
estos mares de mareas pronunciadas. Estas suelen producirse tres
veces al día, bajando las aguas de manera tan ostensiblle que
permitirían ir caminando desde aquella localidad hasta la isla,
aunque sabiendo hacerlo y previniendo siempre de manera idónea y
adecuada, -según me cuentan los ancianos nativos-, la aparición de
la marea alta, que sobreviene de manera rápida e inesperada.
El símbolo o emblema de la isla
es, precisamente, ese perro de mar cuyas efigies, en sus mas
variadas expresiones y formas, se venden como recuerdos en las
tiendas de la localidad, amén de fotografías de la isla con sus
aspectos mas turísticos, sus coloridos, y esa belleza armónica que
la define y la caracteriza como una sorpresa muy agradable y
deliciosa para el turista que la visita.
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